Lo de los propósito para el año nuevo es tan obvio que quizás, como decía Bridget Jones en la novela de Helen Fielding, el principal propósito que nos queda es el de cumplir todos los propósitos que en diciembre proyectamos para ser comenzados en enero.
Personalmente no soy muy amigo de hacer listas. Quien me haya seguido en Viva Fifty sabrá que doy tanta importancia a la intuición como a la razón a la hora de tomar decisiones, convencido de que siempre elegiremos la mejor opción, sea con la cabeza, sea con el corazón.
También, que entiendo que es la emoción lo que nos mueve, que no me embarco en nada que no me emocione y que sin emoción los actos son pura acción pero no aprendizaje. He hablado varias veces sobre cómo concibo la vida, basada en la gratitud, la creatividad, las relaciones transparentes, el cuidado, la risa y la exploración. Todo lo demás se traduce, con frecuencia, en complicaciones materiales. El arte no es fruto de la inspiración, sino que inspira; como la familia, como la gente de quien nos rodeamos, como la satisfacción de sentirse vivo.Y ahí está el único propósito que deberíamos tener en nuestra lista de propósitos: sentirnos vivos.
No, no hago listas. No hago largas declaraciones de intenciones que pueden quedarse en papel mojado. Al contrario, me comprometo conmigo mismo a seguir indagando en la complejidad de la vida, en las relaciones con otras personas y en las emociones que me sustentan. En definitiva, me comprometo a seguir sintiéndome vivo.
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A un año sucede otro y otro le sucederá. En medio del tiempo, causa de él y su ficticio dominador, el ser humano se ha empeñado en compartimentarlo en siglos, años, meses… hasta en milésimas de segundo.
Cuando se construyó el primer reloj atómico en el Willard Frank Libby, de los EE. UU., en 1949, parecía que habíamos dominado el tiempo. Supongo que aquellos magos de la resonancia magnética molecular descubierta por el Premio Nobel de Física Isidor Isaac Rabi pensarían que, ya sí, el devenir del tiempo nos pertenecía, porque ya éramos capaces de medirlo con exactitud pasmosa. Exactamente igual que cuando el papa Gregorio XIII vino a sustituir en 1582 el calendario juliano, utilizado desde que Julio Césarlo lo instaurara en el año 46 a. C, por el suyo, el gregoriano, tras sesudos estudios realizados por la Universidad de Salamanca entre 1515 y 1578. Acababan de nacer los doce meses tal y como los entendemos, y dominábamos el tiempo y el paso de los años. La misma sensación de control que tuvo Liutprando, un monje del siglo octavo, que en la catedral de Chartres, Francia, inventó el reloj de arena; o que los Egipcios, primera civilización en dividir los días en partes iguales, empleando instrumentos como relojes de sol para poner las bases de lo que después serían las horas.¿Medir el tiempo? ¿Dominarlo? ¿Controlarlo?
¿Hacer de los años etapas y del paso de uno a otro un pretexto para la tabula rasa?
Admitamos el vértigo que da el 31 de diciembre y esa noche mágica hasta el 1 de enero. Admitamos enero como el mes de la puesta en marcha de nuestros propósitos. ¿Acaso somos realmente distintos que dos días antes? ¿Acaso no es cualquier momento del año idóneo para empezar a reinventarnos? ¿Acaso no es un espejismo que seamos nosotros quienes medimos el tiempo cuando es en realidad el tiempo quien nos mece a su antojo?
No hagamos listas de propósitos pues. Yo, al menos, no las hago. Que vayan surgiendo los retos a lo largo del año y los iniciaré con renovada ilusión. Mientras, para enero, me reservo la intensa, maravillosa y comprometedora idea de sentirme vivo. El resto llegará por añadidura.
Con un sonrisa, eso sí.