El padre de “Robinson Crusoe” no empezó a escribir hasta los 59 años; se llamaba Daniel Defoe y jamás a lo largo de su vida de comerciante se imaginó el éxito que cosecharían sus páginas publicadas. Como él, muchas personas han comenzado a escribir y publicar pasados los cincuenta. Algunos ejemplos son Laura Ingalls (“La casa de la pradera”, publicado a los 64), Charles Perrault (el de las fábulas, que escribió a los 55) o el mismísimo marqués de Sade (publicó “Justine” también a los 55).
Puede que no te plantees aspirar a un Pulitzer como el laureado Frank McCourt (escribió “Las cenizas de Ángela” a los 66) o puede que no sueñes con que se haga una película de tu libro, como le sucedió a Alberto Méndez (“Los girasoles ciegos”, escrito cuando tenía 63 años). Puede que ni siquiera te plantees publicar. Quizá la edición no esté entre tus objetivos. Pero, ¿y escribir por escribir? ¿Quién ha dicho que escribir tiene fecha de caducidad?
Escribir es una actividad para la que se requiere todo aquello que la edad adulta proporciona: paciencia, sentido crítico, capacidad de improvisación, una justa disciplina y experiencia para descifrar la vida. Piensa que, en definitiva, escribir no es sino pasar al papel lo que nos sucede, lo que sentimos o lo que nos rodea. Al menos, eso suelo decir de mis historias: que están ahí, que solo basta con agarrarlas y convertirlas en letras.
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Escribir desahoga, ordena las ideas y nos ayuda a mantener la cabeza en su sitio. ¿Cómo renunciar, pues, a la escritura?
Mary Wesley, novelista británica, empezó a los 50 y su carrera como escritora no tuvo repercusión pública hasta que cumplió los 70.
Mary Alice Fontenot, autora de libros infantiles, publicó su primer título a los 51 y siguió publicando hasta los 89. El mismísimo José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998, comenzó a dedicarse profesionalmente a la escritura casi a los 60. Incluso Stieg Larsson, fenómeno comercial del último quinquenio, escribió su trilogía rozando la cincuentena, a los 47.¿Cómo no atreverse a empuñar el bolígrafo o el teclado? ¿Quién ha dicho que ya es tarde para comenzar de cero? Y si no sucede que llega el premio, la publicación o la película, no pasa nada; escribir ya es un éxito en sí. Escribir libera, genera placer, fomenta la imaginación y nos da la oportunidad de inventar situaciones y personajes. Escribir puede ser una buena manera de tender puentes, de conocer gente, posicionarse en las redes sociales. Escribir pone de manifiesto nuestro valor.
¿Cómo que no sabes escribir? ¡Lánzate! Lánzate como hicieron tantos “escritores tardíos”. Si de verdad lo necesitas, recurre a cursos, agencias o talleres de escritura; hay consultorías profesionales y grupos amateurs que pueden ayudarte. Pero, recuerda, eres tú quien ha de arriesgarse y echarse a caminar. Así que toma una idea y no te demores: escríbela. Escribe, escribe y escribe. Revisa, corrige, da a leer lo que escribes y vuelve a escribir. Solo escribiendo aprenderemos a escribir.
Y, te aseguro, nunca es tarde para ello.