No es algo que no tenga tanta lógica que se cae por su propio peso, pero no siempre nos ponemos a pensar en la responsabilidad de tener ya más de 50 años. Es cierto, no nos lo creemos hasta que nos vemos al pasar, de refilón, en el espejo… pero empezamos a ser los “mayores” del curso. ¿Te acuerdas de aquellas palabras cuando estabas en el colegio?
Había que dar ejemplo a los más pequeños, que miraban cada uno de nuestros gestos y copiaban solamente los malos.Pues ahora, queridos, nos llega el momento de hacer buena letra en las redes. Por supuesto que no hablo de ortografía, aunque nunca está de más, eso de dejarse arrastrar por la nueva jerga economizada de las redes sociales no es bueno ni para nosotros ni para los demás, pero vaya y pase… Donde fueres haz lo que vieres, siempre y cuando mantengas la ortografía básica. No hace falta ser Borges, pero tampoco es necesario alardear de burrería lingüística que, a nuestros años, le resta brillo al plateado de las sienes.
Hablo de comportarse como personas maduras. Somos maduros, ¿no? Quiero decir, maduros oficialmente. Pues entonces, hagamos uso del título y pongamos un poco de cordura, una pizca de madurez en tanto post digital sin sentido.
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Si algo nos han dado las redes sociales es la capacidad y potencialidad de comunicarnos con cientos de personas de un solo golpe. Pero entre esos cientos, o miles, la mayor parte son personas jóvenes que comienzan el camino que ya hemos transitado. Si tenemos tanta experiencia, ¿por qué no compartirla para provecho de quienes aún no la tienen?
Entonces, ¿qué es eso de trenzarse en batallas sin salida, insultarse y dejar que los oprobios, los insultos y la rabia queden expuestos como si tuviéramos 15 años? ¿No sería mucho mejor hacer uso de herramientas que vienen en el kit de “mayores de 50” como la paciencia o la serenidad y, sobre todo, la comprensión y el entendimiento?
Digo yo. Vaya. Si vamos a usar las redes, hagámoslo con la ventaja de la sabiduría. Si no lo hacemos, ¿quién va a enseñar a los que vienen detrás?
Eso no quiere decir que no tengas que seguir aprendiendo, claro, de los que están al final de la vida y de los que están al inicio. Ahora entiendo yo esa sonrisa calma y profunda, casi con un movimiento leve de negación con la cabeza que tenía mi abuela a la hora de reprimir una contundente respuesta a alguna idiotez planteada por mí allá por mis 20 años. Ella sabía cómo. Y mirándola a ella… aprendí yo.